La Catedral Sumergida (IV)

06 junio 2006


El Mar de los Sargazos limita
al norte con el Mar de los Deshielos;
al sur con las Antípodas;
al este con las Aguas de las Especies;
y al oeste con los Mares del Calor.

Una campana de helechos flotantes,
donde el tiempo burbujea en espiral
y las noches fosforecen
como un cielo acostado.

En el centro de esta vasta humedad
—como una Diosa—
madre de todas las distancias,
está su Catedral:
una sola pieza de cristal de roca
y, exactamente, mil ventanales.

Traslúcida e incomparable,
bordada como en aire líquido
o lavada por la llovizna glacial.

La custodia un guerrero dulce:
el Hipocampo Antiguo
—caballo y jinete insomne—,
designio para la llave
que abre y cierra
su puerta de conchanácar.

Dentro de su única nave
pervive la ondulación
de la Música Azul:
lengua de filamentos sonoros
que surge de algún lugar de su altar.

Dos veces por año,
ya sea en el punto más frío o
más cálido de las aguas,
su transparencia se vuelve
resplandor y ocurre,
en este Mar de Vaivenes Suaves,
la noche blanca:
una fiesta de luz,
un espejo de plata,
un milagro marino
alejado del odio de los hombres.

En la superficie nada parece haber ocurrido.

El Mar de los Sargazos
es el mar interior de los mares
.

Un santuario,
una quimera atada
al fondo de las arenas
por un ancla de yerbas milenarias.





Aut.:Manuel Orestes Nieto

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