Los Juegos Del Mar (VIII)

11 junio 2006

Cada cinco años, el Mar de los Sargazos
es una pompa de agitación y entusiasmo.

Poco a poco, de todos los territorios
próximos y lejanos,
llegan cientos de participantes
a las celebraciones de los Juegos del Mar:
una armónica combinación de ferias,
competencias y movimientos
colectivos e individuales.

La ciudad es decorada en su totalidad
con banderines multicolores,
serpentinas flotantes
y surtidores que reproducen el arco iris.

En los techos de las casas
se izan grandes muñecos
que cada familia construye y pinta,
de modo tal que pareciera
un lienzo a baja altura.

Los peces negros
se agrupan en una danza
simétrica y sin error;
pueden ser quinientos en un solo cardumen,
capaces de trazar un hilo
de luz centelleante
en círculos perfectos
o reproducir la ondulación serpenteada
en lo alto de las torres
como anillos de humo
en perfecta formación.

Un ritmo de agua
en la imperceptible vibración
de este océano sin daño.
Una exaltación de las almejas viejísimas
en su aplaudir brillante.
Una risa que se alarga
en el revolotear de las langostas
sobre sus balcones de piedra.
El tiempo de las arenas
como metido en una lluvia de cristales.

Los Juegos duran
—en concordancia con los años de su celebración—
cinco días, entre dos horas quintas de resplandor
que terminan con el sonar
de un tambor de algas rojizas
que hace llegar su resonancia hasta la superficie.

Los hijos del Mar de los Sargazos
vuelven a sus poblados,
con sus premios grandes y pequeños,
sus algarabías y sus hechizos,
como caravanas que han vivido lo fraterno.




Aut.: Manuel Orestes Nieto


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