Mucho tiempo atrás,
cuando en los caminos
que conducen a Sargonia
ya estaban formados los jardines
como terrazas y balcones escalonados,
nació en el Mar de los Sargazos
un pez color violeta.
Un ser único,
poseído de un don especial:
le resultaba fácil en extremo
plasmar por escrito
sus pensamientos y fantasías.
Le agradaba leer sus textos
y los regalaba a los habitantes
como lo más preciado que sabía hacer.
Su vida fue muy larga y mucho se le amó.
En el sendero del lado norte
de la ciudad hay en roca
tallada uno de sus textos,
como una especie de homenaje
o de recuerdo:
«Aquí estamos
incrustados en el asombro
y el vértigo.
Nacimos sin crujir
y nuestro horizonte
ha sido siempre la inmensidad.»
cuando en los caminos
que conducen a Sargonia
ya estaban formados los jardines
como terrazas y balcones escalonados,
nació en el Mar de los Sargazos
un pez color violeta.
Un ser único,
poseído de un don especial:
le resultaba fácil en extremo
plasmar por escrito
sus pensamientos y fantasías.
Le agradaba leer sus textos
y los regalaba a los habitantes
como lo más preciado que sabía hacer.
Su vida fue muy larga y mucho se le amó.
En el sendero del lado norte
de la ciudad hay en roca
tallada uno de sus textos,
como una especie de homenaje
o de recuerdo:
«Aquí estamos
incrustados en el asombro
y el vértigo.
Nacimos sin crujir
y nuestro horizonte
ha sido siempre la inmensidad.»
Aut.: Manuel Orestes Nieto
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